“No
perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.”
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.”
Miguel Hernández, Elegía.
Estas deberían ser las líneas más tristes que alla escrito
jamás, pero no me lo puede permitir. Es cierto que he perdido a mi abuelo, el dolor es inevitable, pero la mejor manera
de honrar su memoria es mantener el buen ánimo, ya que él hubiese sacado ese
humor ácido que le caracterizaba. Pero de lo que más orgulloso me siento es de
su capacidad de superación, esa iniciativa por construir su futuro, de buscar
siempre la mejor situación para su familia. Y lo hizo como tantos otros hombres
de su época, con la pericia de sus manos y el sudor de su frente.
No le faltaron las dificultades, siendo un niño criado en la
oscuridad de la postguerra, su Extremadura natal se hundía en la miseria y sus
gentes tenían que hacer equilibrios para subsistir. De hecho su padre tiro del estraperlo,
vendiendo mantas como tapadera para contrabandear con los portugueses,
productos alimenticios para mantener a sus hijos. Su padre Tomás, tampoco se
olvidó de la educación de sus hijos, en las pocas horas libres les enseño a
leer, escribir y de cuentas.
Mi aitita heredo también el carácter afable y cantarín de su
padre, siempre de buen humor, con la lengua afilada para soltar alguna parida,
vacilar con algún chiste. Si había que bailar o cantar él era el primero, le
encantaba hacer el bobo para hacer rabiar a mi abuela, pero también la adoraba
como el amor de su vida, la madre de sus hijos. Pero tampoco le hizo ascos a
trabajar duro, su auténtica habilidad era la de zapatero artesano, pero los
tiempos le llevaron al norte y aquí trabajó de casi todo.
También tuvo la suerte de su parte, con el premio de la
lotería hizo la aportación de la cooperativa, siendo el socio número 30 de la
antigua Ulgor, la desaparecida Fagor Electrodomésticos. Siempre fue un manitas,
le encantaba montar cosas, trabajar con las manos, arreglar cualquier objeto de
casa y algún que otro invento. Tampoco olvidó los zapatos, las madrugadas las
pasaba completando los encargos o reparando calzado.
Aunque lo que yo más admiraba de él era su capacidad de
aprender, sus ganas de buscar mayor comodidad para su familia, hijos y nietos
siempre fuimos su mayor preocupación. Cuando éramos pequeños cuidaba de
nosotros, jugaba, nos llevaba a sus rondas de mediodía y nos compraba
caramelos. Di que también nos tomaba el pelo y nos hacia rabiar, porque le
encantaba la guasa y los juegos de palabras.

Otra de las cosas que le gustaba era el baile y la música,
pasodobles, tangos… todo le gustaba, cualquier ocasión era buena para ponerse
en movimiento, especialmente con mi amama, se compenetraban de maravilla y hay
que reconocer que lo hacían muy bien. Y de la música, enseguida se lanzaba con
alguna de Juanito Valderrama, Antonio Molina y los Panchos, de estos últimos
recuerdo con cariño la cinta que ponía en su clásico R5 azul.
También he heredado de mi abuelo el gusto por el deporte, su
favorito era el ciclismo, colaboro en diversas carreras populares, recuerdo algunas
tardes de verano frente al televisor viendo juntos los finales del Tour. Del
fútbol también disfrutaba, cualquier partido le valía porque no era de ningún
equipo en concreto. Recuerdo con gracia que el futbolista Julio Salinas era ”el
camión” y el morrudo Reiziger en cambio, “boca de aceitera”.
Pero la vida es así, el tiempo no tiene clemencia con los
mortales, da rabia pero todos seguimos ese camino y no hay más remedio que
aceptarlo. Yo me lo imagino cruzando la laguna al otro mundo a bordo de la
barca de Caronte, y conociendo a mi aitita Emilio, os aseguro que no solo habrá
pagado el billete, seguro que hará un trato y llevara puesto el sombrero del
barquero.
Mientras permanezcas en nuestra memoria, sigues vivo en
nuestros corazones.
Que la tierra te sea
leve.

Que bonito Hector no hay mejor homenaje que el amor que se siente en tus palabras seguro que el espiritu de Emílio esta risueño como siempre y emocionado por el regalo de su nieto "el escritor" Un abrazo amigo
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