Mefistofeles es mi nombre, algunos no me reconoceréis por mi
nombre, tampoco por mi verdadero aspecto aunque os hayáis cruzado conmigo en
alguna calle de vuestra ciudad o pueblo. Mi lugar de residencia es el reino de
las sombras, los humanos lo llamáis infierno, al servicio de mi amo y señor,
Lucifer, que vulgarmente se le conoce como diablo o Satán. El es el señor de la
oscuridad y su objetivo es superar al reino de los cielos y a su Dios,
principalmente atrapando más almas humanas y condenandolas a las tinieblas
eternas. Todavía todos recordamos aquel día en el que mi señor fue expulsado de
los cielos por enfrentarse a su padre y creador, ¿pero qué culpa tenía el de
ser tan grande y poderoso como Dios?, Algunos de nosotros cansados de la
superioridad del padre celestial decidimos seguirle en su rebeldía y por ello
fuimos expulsados para siempre, pero construimos otro reino tan poderoso como
oscuro y decidimos que la mejor manera de vengarnos de la injusticia era
robarle las armas a los hombres y con ello evitando que subieran al paraíso.
No obstante, no quisiera aburriros con las historias de la
lucha entre el bien y el mal, sólo deciros que mi trabajo como servidor del
demonio es atrapar las almas de los hombres, para ello tengo que estar entre
ellos, ofrecerles lo que más ansían con
el fin de conseguir el objetivo para el que he sido elegido entre todos los
demonios. Pero si tengo que estar en la tierra, pues decidí tomar forma humana
y vivir con toda comodidad y lujo, seremos seres malignos pero nos gusta la
comodidad y el refinamiento y también valoramos las artes, siempre que no
representen a nuestro enemigo celestial. Me tomo la libertad de corromper al
ser humano, convencerles para que se dejen llevar por el vicio, el dinero y el
poder, no sabéis lo fácil que es hacer negocios con vosotros, qué fácil es
engañaros y atraerlos al lado oscuro.
Muchos hombres y mujeres ilustres han caído en la trampa,
nos podéis imaginar cuántos genios que habéis tenido a lo largo de la historia
lo consiguieron gracias a mi, aunque claro para ello me entregaron su alma,
todo por la gloria, ahora toda la eternidad la pasarán en los infiernos para
nuestro regocijo, jajaja. Pero en esta ocasión os quiero hablar de dos
personajes con los que hice mi mejor trabajo, pero no penséis que sólo hago el
mal con estas acciones, porque estos hombres entregaron sus almas para que
vosotros disfrutéis de sus creaciones que al fin y al cabo también son las
mías. Uno de estos trabajos los hice allí en mis incursiones por el siglo
XVIII, en Italia, un lugar donde siempre me he sentido cómodo, en aquel lugar
interviene en la carrera musical de un jovencito llamado Niccolo Paganini, al
que ofrecí la virtud de tocar el violín como nadie y todo el vicio que deseara
se le concedería a cambio del bien más preciado para nosotros los espectros del
mal. Mi segunda creación la complete en los años 30, en esta ocasión el
objetivo de mi engaño fue un hombre negro del Mississippi, en los lugares donde
hay precariedad las ofertas de riqueza y fama son más fáciles de llevar a cabo,
además con los hechiceros de los hijos de África siempre hemos tenido una
relación estrecha. Se llamaba Robert Johnson, un guitarrista de blues fracasado
que cayó en mis garras y que conocí en un polvoriento cruce de caminos.

Sería a finales del siglo XVIII y encontrándome en Génova,
buscaba un alma que mereciera la pena, un hombre o mujer que buscara la gloria,
la riqueza o el poder, estando dispuesto a entregar cualquier cosa por ello.
Pero para ello hay que entregarles anteriormente alguna virtud que les haga más
vulnerables. Así encontré una familia interesante, un padre autoritario que
sería adecuado para mis propósitos y un muchacho de apenas cinco años que había
sido dotado de talento exquisito para el violín, su aspecto era descuidado y su
ambición era importante, aquella alma desordenada y genial era el tesoro que
buscaba.
Casi no hizo falta intervenir ante las ansias de fortuna del
padre de aquel pequeño, obligándole a ensayar con su violín durante largas e
interminables horas, sin descansar, sin permitirle ningún tipo de capricho,
casi sin sensibilidad, una cosa que me gusta como ser maligno, pero la
situación era tan fácil y favorable para mi…
Pasó el tiempo y gracias a la ayuda de un buen maestro y mi
secreta intervención, aquel jovencito que ya había cumplido los 13 años realizó
su primer concierto, el primero de las interminables giras por Europa que
terminarían de completar su formación, para ello podía ofrecerle aún más,
esperaba con ansia el momento de presentarme ante el y conseguir que firmara
con su sangre, entregándome así su alma. Aquello fue una noche que aparecí en sus aposentos, como
siempre vestido con mis mejores galas para impresionar al joven de 16 años que
asombraba a Europa, pero yo podría darle la gloria eterna, romper las cadenas
con que su padre le ataba y hacer realidad sus sueños, pero todo tiene un
precio. Tantas eran sus ganas de libertad que aceptó fácilmente, me pidió que
su técnica con el violín fuera única e irrepetible, me pidió cantidades
desorbitadas de oro, mujeres y el reconocimiento del mundo de hoy y de mañana.

Pero había firmado con su sangre un documento, su alma me
pertenecía y decidí que había llegado la hora de cobrar, con una enfermedad
quite su vida y conseguir su alma, los hombres no confiaron en el y los siervos
de Dios decidieron que su cuerpo no sería enterrado en suelo sagrado. Aún así
aquel muchacho había vivido como quería y yo había conseguido lo que quería.
El otro cliente dispuesto a vender su preciada alma, sería
un muchacho negro que encontré hacia 1917 aproximadamente en un oscuro tugurio
en el corazón del Mississippi, era una noche de las que me gustaba observar a
las gentes que frecuentaban los sucios locales, donde la música, el sexo y el
alcohol corrían a sus anchas, se formaban a veces auténticas peleas de tipos
duros que me divertían un rato junto al blues que tocaban tristes y
melancólicos músicos de raza negra, descendientes de aquellos antiguos esclavos
que frecuentaron el sur de Estados Unidos. Aquel día me llamó la atención un
joven que soplaba fantásticamente una filarmónica, su aspecto me hizo
informarme gracias a un tipejo que merodeaba por allí, me dijeron que se
llamaba Robert y que vivía junto a su madre y su padrastro en una pequeña
granja donde recogían y sembraban algodón, le gustaba la filarmónica pero su
sueño era tocar la guitarra como los grandes maestros del blues, quería todo lo
que me interesaba, un sueño, un entorno desfavorable y cierta habilidad para la
música, aunque nada comparable con el genial Paganini. Aquel día lo seguí con
mi automóvil , tomando el aspecto de cualquier hombre de color, hasta cerca de
la granja donde vivía, en un cruce de caminos le propuse sutilmente un trato,
pero el muy canalla se resistió y me mandó como no al diablo, pero mi poder de
convicción es sobrenatural y ya tendría yo la ocasión de bajarle los humos a
semejante mocoso.
De ahí al poco tiempo Robert se enamoró de una jovencita con
la que contrajo matrimonio, que estúpido es el ser humano creyendo que con este
rito serán protegidos por los seres celestiales, sin quererlo me había dado la
oportunidad de convencerle definitivamente para que vendiera su alma. El amor
es una debilidad del hombre por lo que utilice a su querida esposa para causar
en el un daño que hiciera tambalearse su miserable vida, provoqué que aquella
joven muriera durante el parto, el dolor ya estaba hecho, Robert cayó en las
profundidades del abismo, se casó de nuevo pero nunca llegaría a ser feliz por
esos medios.

Aún así yo disfrutaba viendo su sufrimiento, aprovechaba
bien las virtudes que yo le había concedido pero su actitud seguía siendo
triste, melancólica, en realidad yo era su dueño, su amo. Una noche en un
concierto decidí cobrar lo que me debía, encontré un marido celoso al que
informe que su mujer le engañaba con el músico Robert Johnson y lo ofrecí un
veneno que debía arrojar en una botella de whisky, aquel hombre no lo dudo dos
veces y acabó con la vida del desdichado guitarrista.
Por eso os aviso que siempre estoy vigilante, sólo algunos
serán mis elegidos pero más les valdrá aceptar mis propuestas y disfrutar de
sus sueños y deseos, sino su vida tendrá una maldición, la maldición de
Mefistofeles.
¡Qué bueno, Héctor!
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