Por un camino de algún lugar de la Castilla medieval cabalgan cinco jinetes, van ataviados con sus armaduras, largas espadas de combate cargadas por su caballo y una daga o cuchillo en el cinturón, son sin duda caballeros armados que se dirigen a alguna batalla llamados por el rey, quizás solicitados en alguna de las múltiples campañas contra los moros. El hombre que va en cabeza porta un estandarte de su linaje con orgullo, su casa debe estar presente en las batallas que el rey de Castilla solicite ya que es su obligación como noble. Posiblemente no sean de alta estirpe porque su séquito de guerreros sólo lo forman cuatro caballeros, son los que ha podido conseguir pero son fuertes y leales en el combate, algo que se aprecia en estos tiempos turbulentos, además son hidalgos y su sangre no está mezclada con la de moro, mozárabe o judío, todos ellos de sangre sucia y enemigos en la cruzada que se libra al sur y también en Jerusalén.
Sin duda alguna, todo esto es importante, pero los caballos están cansados y necesitan agua y forraje, a ser posible en un establo donde puedan descansar. Los jinetes también tienen necesidades más mundanas, el caballero que está al mando al que llamaremos Sancho López de Galarza también tiene que cuidar y mantener la alimentación de sus hombres, de las armas se tienen que surtir por su cuenta, esa es la regla del vasallaje. Cuán lejos ha quedado su solar en las lejanas tierras vascongadas, su hermosa casa torre en las alturas de la aldea de Aretxabaleta, lo echa de menos pero sabe que otros menesteres son más importantes en este momento. Al fondo se ven unos edificios, podría ser un buen lugar para descansar, por el aspecto parece una fonda o un pobre mesón que abundan en los caminos, esperando la parada de algún viajante o peregrino dispuesto a dejar unos maravedíes por un plato de sopa.
Sancho levanta el brazo, da la orden de detenerse, les dice a sus hombres que desmonten de sus caballos que ha llegado la hora de descansar. A las puertas del mesón un hombre se acerca a los caballeros, se ha dado cuenta que el que porta el estandarte debe ser el señor, noble, lo delata el anillo que lleva en la mano y puede ser una oportunidad para agrandar la humilde ganancia de su establecimiento, los comensales que se acercan habitualmente no andan muy boyantes en monedas e incluso ha tenido que auxiliar algún peregrino medio muerto de hambre. Se presenta y saluda con una leve inclinación a Sancho y se ofrece a que su hijo, un muchacho de no más de 12 años vestido con los sucios harapos, conoce bien los caballos y los puede cuidar si el señor lo desea. Acepta la propuesta y todos los hombres recogen sus pertenencias y se dirigen a la puerta del establecimiento, por fin un rato para el descanso y llevarse algo a la boca, ya iba siendo hora.
En el interior, encuentran una mesa preparada con cinco taburetes y una mujer que les saluda con reverencias, su marido y dueño del mesón le ha ordenado que se aparte un momento de la lumbre y reciba a los honorables visitantes, haber si por fin ganamos algún dinero. Los caballeros se despojan de sus corazas y cascos para sentarse cómodamente en la mesa, siendo retirados torpemente por el matrimonio del mesón.
-¿Que se ofrece mesonero?. -Pregunta Sancho llamando la atención del hombre que se acerca rápidamente al señor.
-Mi señor, aunque mi establecimiento es un poco humilde como podéis ver vuestra merced, podremos daros un buen rancho a vos y sus caballeros. -Responde con una tímida sonrisa el mesonero. Porque la verdad, es que no tiene demasiada comida digna de la nobleza por lo que intenta agasajar al señor con buenas palabras y ofreciendo la mejor comida del escaso repertorio de su mañosa esposa.
-¡No queremos hablar contigo! Hemos cabalgado durante días y tenemos prisa, además de hambre, por lo que pagaremos generosamente.
-Primero, mi señor, le puedo ofrecer un sabroso y caliente cocido de la casa, aunque es algo humilde para unos caballeros como ustedes, es muy sabroso, se lo aseguro, además todavía tengo algo de cerdo para echar a este plato y hacerlo más suculento. -Explica de forma sería el mesonero sin mirar a los ojos del noble, tal como le aconsejo su anciano y servicial padre.
-Bueno, como primer plato un buen puchero de ese cocido, pero espero que tengáis algo más propio de un caballero como yo, ¿o acaso os pensáis que soy un vulgar ratero, o que somos de tan baja estofa como cualquier siervo?. -Dice malhumorado el Hidalgo, sabe que a estos tipos hay que exigirles para conseguir lo que se quiere, unos deben servir a otros porque así lo ha querido Nuestro Señor.
-Por favor, no era mi intención ofenderos, tengo dos hermosos pavos en el gallinero, si nos dais algo de tiempo mi esposa les preparará un guiso propio de un príncipe. Y para terminar podrán deleitarse saboreando el Arroz con leche de almendras, especialidad de la casa, si se ha quedado con hambre le sacaré queso y nueces. -Será mejor ofrecerles lo mejor de la casa porque más vale no ofender a un señor, no se sabe con quién puede tener contacto y puede arruinar la vida del mesón, si eso ocurriera como mantendría su familia…
-Está bien, pero daros prisa que mis caballeros están hambrientos, espero que terminemos satisfechos y así seréis bien recompensado. -Respondió Sancho con un tono más relajado, parece que ha conseguido sacar todo lo que tiene el hombre a su alcance.
Al pasar un rato, aparece el mesonero con una gran marmita repleta de cocido, lo cierto es que es un amasijo de harina, judías y algo de verdura, posiblemente ajo, cebolla y zanahoria, lo mismo que están comiendo los campesinos sentados en la zona más oscura del establecimiento, pero este es especial, ya que contiene algo de carne de cerdo, costillas y algo de tocino, supone que será suficiente para los señores, eso es todo un lujo para la época. Los cinco hombres agarran las cucharas de madera y se ponen a comer ordenadamente, llenando sus cucharas de uno en uno, no es que sean refinados pero saben que Sancho no permite comer como animales, es temeroso de Dios y no quiere cometer pecado de gula por lo que es muy reservado en la mesa, mantiene siempre las formas y las costumbres.
Llega el momento cumbre, en dos enormes bandejas transportadas por el chaval mal vestido de la entrada y la esposa sacan los cuerpos ya asados de dos enormes pavos, los dos campesinos que están en el fondo de la sala levantan la cabeza ante el espectáculo visual y oloroso, se han quedado estupefactos ante el impresionante manjar mientras ellos recogen una a una las migas de pan negro que han quedado en su mesa, por lo menos no se pueden quejar porque este año su señor no les ha pedido demasiada renta y las cosechas no han sufrido grandes daños, con lo que han conseguido en el mercado sus familias podrán sobrevivir durante algunos meses, gracias a Dios que ha sido generoso y piadoso con ellos. Sólo se han gastado lo justo y necesario en algo de cocido, que es lo único que han podido llevarse a la boca durante dos días.
Finalmente, después de saborear y aprovechar bien la sabrosa carne de las aves, los caballeros se retiran de la mesa con el permiso de Sancho, este entrega una pequeña bolsita de cuero llena de maravedies al mesonero, la verdad es que ha quedado satisfecho, el mesonero le saca un pedazo de queso que el Hidalgo acepta con gusto, el mesonero no era tan estúpido como parecía y su esposa no cocina nada mal, le recuerda a las comidas que prepara la Martina, que es la cocinera que tienen en su solar, otra vez los recuerdos de su casa en el norte.
Por la mañana volverán a coger todo su material, montarán en sus veloces caballos y cabalgarán hacia la victoria dirigidos por su majestad, por la gloria del rey y de Nuestro Señor.
Buen provecho.
HÉCTOR DE TROYA
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