Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no pueden entrar nunca.

George Orwell






jueves, 25 de febrero de 2016

AQUELLOS VERANOS INTERMINABLES


Crudo invierno, nostalgia de aquellos veranos de la infancia que nunca terminaban. Así recuerdo yo aquellos veranos de los 90 en Aretxabaleta, en un barrio con un sinfín de posibilidades de pasar la tarde. El monte estaba a pocos metros y las vacas pastaban frente al balcón, relajadas a la sombra de un par de pinos que sobrevivían en el prado. Pero con un poco de imaginación podían ser unos miuras, aunque el único toro furioso fuera el casero cabreado, que corría con su palo como Karl Lewis en sus tiempos de gloria. Otra posible salida era internarse en los pinares en busca de duendes o a cazar lobos con nuestras armas mortales, las pistolas de agua y los tirachinas hechos con las bocas de las botellas de plástico y los globos. Al final terminábamos liquidando sapos en el riachuelo y los más valientes se atrevían a atravesar el túnel por donde proseguían las aguas hasta desembocar en su hermano mayor.  


Mientras jugábamos ajenos al mundo, sin necesidad de videoconsolas portátiles, un tipo llamado Miguel Induráin asombraba al mundo en las carreteras francesas y otro año la Alemania de Mathaus y Klisman, ganaban la Eurocopa. También había cartas de futbol el año que Baggio falló el penalti y Brasil ganaba el mundial del 94 en USA, con Cafu subiendo la banda y Aldair de central mientras Romario y Bebeto ponían la magia. A cierta hora de la tarde había que recobrar fuerzas, una merienda a base de Cola cao frio y galletas, para terminar un Petitsuis congelado a modo de helado.

Todavía me llega el olor del tilo al atardecer, cuando el sol lentamente se escondía, era entonces cuando las madres mandaban cerrar filas, cada mochuelo a su olivo. Pero no había clase y a la noche te dejaban salir un rato, lo suficiente para jugar a bote-bote con todos los niños del barrio y en otras ocasiones buscar gatos con los mayores dirigiendo las operaciones. Otras veces salíamos dejando en la tele a Ramón García y Ana Obregón en Que Apostamos, pero era más interesante jugar a cartas a la luz de alguna farola. Y al fin la hora de dormir, pero no pasaba nada, por la mañana nos esperaba otro capítulo de Campeones, haber si esta vez Oliver Aton llegaba a la portería.

Pero un día sin darnos cuenta los veranos se volvieron más cortos, nos habíamos hecho mayores, porque solo Peter Pan y los niños del país de nunca jamás se resisten al tiempo. Poco a poco llegaron los camiones y las excavadoras, la Burbuja inmobiliaria, todo se lleno de edificios y los prados, los pinares y las vacas se alejaron. Ahora mantengo los recuerdos en el corazón, pero me siento como el Capitán Hook, impotente frente al paso del tiempo. TIC, TAC, TIC, TAC…

Héctor Prieto  

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